Hoy os vamos a presentar el espectáculo de la flores de la Sierra de Guadarrama en primavera.
La Sierra de Guadarrama alberga una vegetación y una flora singular y propia de un ambiente peculiar como es la alta montaña mediterránea. En estos escenarios, los seres vivos deben afrontar, no sólo los rigores invernales, sino también la escasez de precipitaciones estivales. Los organismos vegetales que han conseguido adaptarse a estos ambientes constituyen un conjunto de especies muy especiales, entre las que figuran plantas que sólo viven en estas sierras (endemismos) y otras que alcanzan aquí el límite meridional de su distribución. Esta flora de alta montaña da una identidad propia al espacio natural, alcanzando su máximo esplendor en la primavera tardía y a lo largo del verano.
Los pisos de vegetación se suceden conforme nos vamos elevando por las laderas de estas montañas: rebollares de Quercus pyrenaica, pinares de pino albar (Pinus sylvestris), y en las zonas más elevadas se combinan los matorrales de enebro rastrero y piorno serrano con los pastizales de cumbres.



Es en estas comunidades donde se presenta la mayor diversidad y complejidad. Así, de las aproximadamente 350 especies vegetales que habitan en las cumbres de Peñalara, posiblemente el macizo más emblemático del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, un tercio de ellas son plantas endémicas, raras o se encuentran amenazadas. A la elevada singularidad y diversidad de la flora de este entorno han contribuido, sin duda, las huellas que han dejado los últimos glaciares que desaparecieron de estas montañas hace unos 11000 años, modelando sus laderas y creando multitud de hábitats originales como circos, lagunas, roquedos, canchales, etc.
La primavera va llegando poco a poco a estas cumbres, tras un invierno vestidas de novia. Los días se van alargando considerablemente, y estos seres espectaculares que aguardaban dormidos bajo el manto blanco, enterrados unos centímetros bajo el suelo en forma de nutritivos bulbos, emergen, llenando la montaña de colorido.



Azafranes, narcisos y gageas son las primeras que se atreven a florecer en un ambiente aún frío, con frecuentes heladas y todavía con la amenaza de nevadas más tardías. Representan el inicio de una explosión posterior que tendrá lugar durante los próximos dos meses: pamplinas, meleagrias, margaritas, campanillas, gallaritos, clavelinas, ranúnculos, violetas, nomeolvides, consueldas, verónicas, gencianas…



Explosión de colorido que culminará ya avanzado el mes de junio, con la floración del piorno serrano, momento espectacular durante el cual las altas laderas de la montañas de la Sierra de Guadarrama se cubren de un amarillo intenso y uniforme. Pero aquí no acaba la cosa.



Aún queda la verdadera primavera de las altas cumbres y los riscos. Y es que, como dijo nuestro querido y admirado Luis Rosales, “¡las flores no tienen ni un solo día de vacaciones!” Así, mientras que los valles y las laderas se agostan ante la llegada del verano, en las zonas más elevadas de la Sierra, el verdor y el colorido permanecen e incluso se incrementan con la floración de las especies más alpinas y más singulares: las plantas descendientes de aquéllas que en los tiempos más remotos colonizaron las cordilleras y las zonas más frías del continente europeo, y cuyos descendientes sobreviven en estas montañas, constituyendo sus refugios más meridionales. Pero esta ya es otra cuestión. Disfrutemos ahora del colorido y el esplendor de las flores más madrugadoras.



El azafrán serrano (Crocus carpetanus) es posiblemente la primera flor que podemos observar en la incipiente primavera guadarrámica. Aunque se trata de una especie abundante en estas sierras, sólo habita en las montañas del centro y el oeste de la Península Ibérica. Otra planta que observaremos, prácticamente, a la par que la anterior, es el pequeño narciso nival (Narcissus bulbocodium). Estos narcisos aprovechan los primeros claros encharcados entre la nieve para florecer, formando corros amarillos de gran colorido.


Estos claros son compartidos por otras pequeñas herbáceas de flor amarilla, las gageas (Gagea nevadensis). Ambas especies presentan sus mayores poblaciones en la Península, aunque se extienden a otras zonas montañosas mediterráneas del sur de Francia e incluso del norte de África. Sin embargo, aparecen otras plantas, también madrugadoras en la estación, que se comportan de forma mucho más discreta en cuanto a su abundancia y a los lugares que utilizan para mostrarse, aunque no en cuanto a su tamaño y espectacularidad… El denominado narciso trompetero (Narcissus pseudonarcissus subsp. portensis) florece en lugares muy concretos, al abrigo de algunos roquedos o bosquetes, pero sus flores se encuentran entre las de mayor tamaño y las más llamativas de la flora alpina de la Sierra. Es, además, una especie mucho más singular que las anteriores, encontrándose únicamente en las montañas del centro de la Península Ibérica.

¡Disfrutad del espectáculo de la primavera!